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4.4.10

hija dibujada.

De pronto se dió cuenta de que no estaban en la casa de Débora sino en la clínica del Dr. Rosenkrantz, acaso en su consultorio.
-¿Atiende niños?
-Frecuentemente.
Nacho se puso de pie y dio vueltas por la habitación. En una pila de revistas usadas que se amontonaban sobre una mesita encontró algo que no sabía que buscaba pero que por algo estaba allí. Era un ejemplar de con aventuras de Donald, Mickey, Goofy... La tomó dolorosamente con las manos lastimadas y fue volviendo las páginas ante el Dr. Rosenkrantz.
-Esto lo dibujó mi mamá- y le mostró una historia de Donald; siguió adelante-. Esta historia de Goofy la escribió mi padre.
El doctor lo miraba sin comprender a dónde quería llegar.
-Fíjese aquí, cuando Juanito le grita a Donald . Y mire esta mano, la de Jorgito... ¿Qué ve?
-La mano del pato.
-¿De cuántos dedos?
-De cuatro dedos.
-¿Por qué?
-No sé. Supongo que, como los patos no tienen dedos, se les puede poner cualquier número de dedos...
Nacho agitó la cabeza, era la imagen misma de la arrogante sabiduría:
-No. Porque es más fácil y cómodo de dibujar, y se consiguen los mismos efectos. Lo mismo que con el asunto de los tíos...
-¿Los tíos?
-Claro: mis padres hubieran preferido ser mis tíos, como Donald y Mickey, y que yo tuviera cuatro dedos. Siempre me ha parecido que les hubiera gustado más si me hubieran dibujado.
-¿No será eso lo que siempre has querido tú?
Nacho levantó la mirada de la revista. No contestó.
-Si ellos fueran tus tíos, ahora no te encontrarías como hijo de separados. Además -y Rosenkrantz sonrío levemente-, en el fondo no has hecho más que cumplir sus desos, o tal vez los tuyos más profundos.
-¿Qué quiere decir?
-Nada más evidente: mírate las manos -le dijo señalando el vengaje que unía los dedos centrales de sus manos.
En efecto, aunque mal dibujadas por las vendas, allí estaban sus grotescas manos de cuatro dedos.
-Tienes (tengo) una forma muy complicada de hacerte (hacerme) querer, Nacho -dijo el doctor acariciándole la cabeza.
-Sí, tío.