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16.2.10

cometa 3

Lo curioso era que yo tampoco pensé nunca en Hassan como en un amigo. Al menos, no en el sentido normal. A pesar de habernos enseñado mutuamente a montar en bicicleta sin manos o de haber construido juntos con una caja de cartón una cámara casera que funcionaba perfectamente. A pesar de haber pasado inviernos enteros volando cometas juntos y corriendo tras ellas. A pesar de que, para mí, la cara de Afganistán sea la de un chico de aspecto frágil, con la cabeza rasurada y las orejas bajas, un muchacho con cara de muñeca china iluminada eternamente por una sonrisa partida.
A pesar de todo ello. Porque la historia no es fácil de superar. Ni la religión. De hecho, yo era un pastún y él un hazara, yo era sunnita y el chiíta, y eso nada podría cambiarlo nunca. Nada.